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El centro asociado a la UNED en Vila-real se convertirá el próximo lunes 13 de diciembre en un espacio de debate sobre la Constitución Española. De hecho, el ciclo Conferencias Blancas ha logrado reunir a dos expresidentes de la Generalitat Valenciana: a los senadores y ex jefes del Consell Joan Lerma y Alberto Fabra, quienes realizarán una mirada retrospectiva a la Carta Magna junto al profesor de Derecho y Economía de la UJI y profesor-tutor del centro asociado, Bartolomé Ibáñez. El encuentro será moderado por el graduado en Filosofía por la UNED, Juan Luis Sánchez, y contará con la presencia de la directora del centro universitario, María Rosario Andreu.
Esta cita con la actualidad y la reflexión está abierta a toda la ciudadanía y tendrá lugar a las 18:00, este próximo lunes en el salón de actos del centro universitario. Además, este encuentro se podrá seguir de forma presencial o por internet, en directo, a través de la plataforma INTECCA.
A partir de numerosos ejemplos tomados del cine y la literatura, materiales que serán contrastados y confrontados con fuentes teóricas, se tratará de dilucidar las causas y las implicaciones del éxito actual de la distopía, sobre todo en lo concerniente a la imaginación política. Se mostrará cómo el déficit de utopías y el superávit de distopías en el plano narrativo es un fenómeno que se retrotrae a inicios del siglo XX y que tiene en las calamidades ocurridas en dicho periodo y en la consiguiente erosión de la fe en el progreso parte de su explicación. Asimismo, se disertará sobre el protagonismo que tuvo el nacimiento del neoliberalismo y la caída del Muro de Berlín en el afianzamiento y amplificación de esa dinámica, sintetizada en la tesis del «final de la historia», en el sentir colectivo de que «no hay alternativa» y en la absorción y mercantilización de la crítica desprovista de propuestas. Además, se explicará que el auge de la distopía vivido en el siglo XXI no tiene parangón en la historia, y se detallarán sus elementos diferenciales. Finalmente, se argumentará la necesidad de rebajar el absolutismo distópico imperante mediante la elaboración de nuevas utopías.
Desde la construcción de España como nación contemporánea, su propia configuración regional, social, política y cultural ha sido objeto de un debate casi permanente. Desde todos los posicionamientos ideológicos se ha defendido una idea de lo que debía ser España como nación, del sentido en el que debía progresar, de sus carencias sociales y culturales y, no solo desde una perspectiva política sino que también se ha expresado incluso simbólica y artísticamente con diferencias también notables.
Conocer algunos de estos posicionamientos y propuestas desde la política, el ejercicio del poder o la expresión artística es la base con la que hemos reunido a especialistas destacados que nos van a ofrecer su interpretación sobre como personajes relevantes representaron visiones diferentes, en un tiempo que situaríamos entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Las ideologías han muerto, ya no existe derecha ni izquierda, todo esto son cosas caducas que no corresponden a nuestro tiempo. Estas son algunas de las aseveraciones que continuamente se repiten en foros muy variados, desde tertulias hasta mítines políticos, pasando por conferencias de todo tipo. Supuestas certezas que bien merecen una mirada profunda al pasado para entender nuestro presente, más allá de frases hechas o intereses determinados. Por lo tanto, este año proponemos la reflexión, análisis y discusión sobre los principales movimientos políticos que han protagonizado el devenir de nuestras sociedades en la época contemporánea. Reflexión que realizaremos de la mano de expertos en las principales ideologías y en los partidos políticos y sindicatos que las intentaron llevar a la práctica. Lo haremos desde la perspectiva histórica, abordando el nacimiento, evolución y situación actual de cada uno de ellos, tanto en el ámbito nacional como internacional, sin cuyo contexto sería imposible entender el “laberinto político español”.
Actividad incluida en el proyecto de investigación del Ministerio de Ciencia e innovación: Las migraciones atlánticas como agentes de circulación de ideas y prácticas culturales en la primera mitad del siglo XX, con referencia: PID2019-107173GB-100, cuyo Investigador Principal es Ángel Herrerín López.
Tras la caída del Muro de Berlín, Europa se entregó a un optimismo sin precedentes. El capitalismo y la democracia liberal se expandieron hacia el este, el Tratado de Maastricht puso las bases de la creación del euro y una UE más unida, y se confió en que la globalización y el desarrollo tecnológico generarían cotas de prosperidad inéditas.
España se sumó a este proyecto con entusiasmo y con la sensación de que, por primera vez, estaba a la altura de los países más desarrollados del mundo. Esta se vio acompañada de proyectos ilusionantes como la Expo de Sevilla o las Olimpiadas de Barcelona.
Pero esa euforia tenía algo de espejismo. Un espejismo que se desvaneció con la crisis financiera de 2008, que en España estuvo provocada en parte por la burbuja inmobiliaria que se había empezado a hinchar en los años noventa. La respuesta inicial a la crisis económica, política y cultural generada entonces, y que simbolizó el 15M, abrió un nuevo periodo de transformaciones económicas y cambios en el sistema de partidos que, sin embargo, no parecen haber producido los cambios esperados.
Todos los indicadores disponibles en el ámbito de las ciencias sociales apuntan a que la sociedad española se aproxima a una más de sus crisis existenciales. A diferencia de otras naciones occidentales dotadas de una mayor estabilidad y de un curso histórico más lineal, España se caracteriza por crisis cíclicas que convulsionan su funcionamiento institucional y la abocan a una redefinición periódica de su propia identidad.
A lo largo de este repaso, nos vamos a detener en los hitos más significativos que jalonan el último siglo largo que va de la crisis del 98 a la pandemia de 2020. La historia comienza con la primera crisis de la restauración borbónica, en 1898, fruto de una derrota militar que llevó a la pérdida de las últimas colonias; seguida entre 1917 y 1923 de un ciclo de protestas e inestabilidad política, sin que las élites fueran capaces de actualizar la fórmula canovista, abriéndose hacia un esquema político democrático.
Ello nos lleva, después de un largo episodio dictatorial, a la crisis de los años treinta, en un contexto internacional de máxima confrontación ideológica y geopolítica. La fórmula constitucional empleada entonces no reunía las suficientes garantías de consenso ni de diseño institucional como para conjurar la dinámica de polarización desatada en la década de los treinta, de manera que el golpe de Estado del año 36 y la consiguiente guerra civil condenaron al país a la pesadilla del nacional-catolicismo y el aislamiento internacional.
Con estas premisas, cabe decir que la única crisis existencial de la que España salió fortalecida fue la crisis de los años setenta del pasado siglo, por cuanto fue el único momento en que las elites políticas fueron capaces de acordar no solo un marco constitucional de amplio consenso sino también un proyecto de estabilidad y crecimiento: la integración europea. Nunca España brilló tanto como en las décadas que van de la muerte de Franco a 2010, por cuanto parecía cumplirse el viejo sueño orteguiano: Europa como solución al problema español. No es casualidad, desde este punto de vista, que los primeros síntomas de disfuncionalidad del llamado régimen del 78 fueran simultáneos a la crisis de la eurozona, como tampoco lo es que la manera como se resuelva la crisis de la pandemia en España dependa, más que nunca, de la manera como Europa resuelva su propia crisis existencial ante la amenaza del populismo.
Pues lo que ha puesto de manifiesto la crisis institucional devenida tras la Gran Recesión es que las elites políticas españolas ya no son capaces por sí mismas de encontrar solución a los problemas nacionales: primero fracasó el bipartidismo a la hora de acordar una salida a la crisis económica y, a continuación, fracasó la ‘nueva política’ en su intento de regenerar las instituciones, toda vez que en lugar de facilitar un nuevo consenso regenerador, apelando a la transversalidad ideológica, exacerbaron la polarización que el bipartidismo había puesto en marcha. Para completar el cuadro, las elites periféricas optaron por aprovechar la coyuntura de doble crisis económica e institucional mediante el recurso a la fórmula separatista, eludiendo de esta manera cualquier responsabilidad en la gestión de la crisis. Así las cosas, España depende, por lo pronto, de que Europa aprenda la lección de la pasada crisis del euro, pero depende, sobre todo, de que las elites nacionales no pongan dificultades a la intervención europea, más allá de las limitaciones e impedimentos que la propia Europa está poniéndose a sí misma.
Conviene tener en cuenta, en este punto, que en 2021 España va a alcanzar niveles de paro similares a los que alcanzó en 2012, pero difíciles de soportar con el actual nivel de déficit de la Seguridad Social. Pues a diferencia de 2012, cuando el sistema estaba protegido por un Fondo de Reserva de más de 60.000 millones, no cabe descartar que la financiación de los ERTE lleve al sistema a una situación de máximo estrés. Si ahora mismo es difícil anticipar el escenario económico resultante, más difícil resulta imaginar sus consecuencias sociales. Lo que sí podemos adelantar es el nivel de confrontación política y de ruido mediático que inevitablemente va a llevar asociado, fácilmente previsible a la vista de lo ocurrido en el último lustro. Esperemos que esta vez la crisis existencial que se avecina no vaya acompañada de una crisis en paralelo a nivel europeo.
Las crisis existenciales se producen por acumulación explosiva de crisis parciales o sectoriales. Desde esta perspectiva, la crisis de los años treinta es paradigmática: nada menos que tres grandes cuestiones confluyeron en ese momento de forma crítica: la cuestión social (señaladamente la reforma agraria), la cuestión territorial (la discusión de los estatutos) y la cuestión religiosa (¿había dejado España de ser católica?), cada una de las cuales tenía capacidad por sí misma para generar la suficiente conflictividad social y política como para poner a prueba la capacidad de respuesta del sistema político. Ahora bien, si a ello añadimos la cuestión militar, producto de un ejército sobredimensionado y de una fuerte tradición pretoriana, ya tenemos el cóctel completo.
En la pasada crisis, hemos tenido otro ejemplo aleccionador de cómo funciona el proceso de acumulación: todo empieza con el estallido de la burbuja inmobiliaria, a consecuencia de la burbuja crediticia desencadenada por la unión monetaria. En un primer momento, la crisis financiera se convierte en crisis de deuda soberana, toda vez que los gobiernos se ven impelidos a acudir en socorro de los bancos. A continuación, la crisis de deuda se convierte en crisis social, bajo el imperativo de austeridad emanado de Bruselas y los recortes consiguientes.
En paralelo, se produce el efecto combinado de la incompetencia de los partidos para gestionar la crisis y la proliferación de los escándalos de corrupción, todo lo cual convierte a la clase política en parte del problema y no de la solución. De ahí a la crisis institucional solo hay un paso: es el que dan los partidos embarcados en proyectos rupturistas y, en particular, los independentistas, en su aprovechamiento oportunista de la acumulación de problemas. Así es como se prepara la receta para una crisis existencial. Por si faltaba algo, la jefatura del Estado ha pasado a formar parte del debate político, a raíz de las aventuras extraconyugales del rey emérito, con lo que ya ninguna instancia institucional, incluida la forma de Estado, queda al margen de la crisis. Todo un desafío para la reflexión histórica y sociológica.