Desde 1789 la dinámica de los procesos revolucionarios ha estado atravesada por la continua escenificación de unos imaginarios sociales que han tenido el papel de hacer visible y concebible tanto la revolución en sí misma como sus transformaciones o derivas: desórdenes climáticos y geológicos en la Revolución francesa; el tren como imagen del progreso y de una llegada inevitable durante todo el siglo XIX y hasta la Revolución rusa; el imaginario de los hombres que se ponen en marcha, que cobra fuerza con la aparición del proletariado, o el imaginario después del cuerpo colectivo, que los totalitarismos del siglo XX convirtieron en bandera y que todavía perdura en muchas dictaduras; redes y diseminaciones del poder en mayo del 68; elogio de lo heterogéneo y del patchwork en el 15M y en los movimientos de conquista de una nueva ciudadanía; construcciones de la resistencia revolucionaria como Éxodo hoy en día… Estos imaginarios no sólo han dado cuerpo a los procesos revolucionarios, provocando un aluvión de obras de arte e imágenes, sino que también los han relanzado, pues han sido su motor o su combustible. Pero estos imaginarios que animan y relanzan la revolución han terminado al mismo tiempo por devorarla y volverla cenizas, la han consumado porque la han consumido, como si, en el fondo, esos imaginarios revolucionarios fueran la prefiguración de la propaganda publicitaria o estuvieran sometidos a la misma economía que rige las imágenes de consumo: agotarse para renovar el deseo de su compra.
De esta reflexión podemos entresacar una pregunta que animará el trasfondo de este curso y que está también en el centro de gran parte de las reflexiones críticas que despliegan actualmente tanto la teoría política como la teoría crítica de la imagen: ¿qué necesita hoy en día una revolución: un imaginario que la dirija o imágenes y obras de arte críticas? Obras e imágenes que no sean las dóciles siervas de un imaginario en el que queden domesticadas y reducidas, sino esas otras capaces de poner en crisis su propio imaginario, problematizando así la transformación de la revolución en mito.