La expresión y la noción Antiguo Régimen resulta, en mas de un sentido, paradójica. La primera de las muchas contradicciones que la acompañan es que su nacimiento como concepto utilizado para designar una realidad económica, política y social es póstumo, coincide en la práctica con su lenta agonía. Y esto es así porque la autoría del término debe asignársele a los mismos que lucharon desde finales del siglo XVIII por su destrucción, al tiempo que defendían la soberanía de la nación y la igualdad de los hombres ante la ley frente al poder absoluto de los monarcas y a los privilegios de carácter feudal.
Según aseguraba el siempre brillante Alexis de Tocqueville, la expresión aparece por vez primera en un escrito del prócer de la Revolución Francesa Honoré Gabriel Riquetti, conde de Mirabeau, dirigido al propio rey Luis XVI en el año 1790, en el que le hacía ver al monarca la siguiente reflexión: Compare el nuevo estado de cosas con el Antiguo Régimen». Donde quiera que naciera, lo cierto es que el concepto adquirió un éxito inmediato y fue ampliamente aceptado, hasta el punto que su validez para definir la compleja articulación del tejido social de la madura Edad Moderna sigue vigente hoy en día.
Sabemos cuándo el Antiguo Régimen inicia su declive, en el contexto de las revoluciones liberales, sin embargo es mucho más difícil delimitar cuando empieza a existir solapándose poco a poco con el mundo puramente feudal propio de la Edad Media. De hecho, muchas de sus señales de identidad: el pago del diezmo la Iglesia, el poder de las justicias señoriales, los cotos y los derechos de caza, los cargos hereditarios en la administración, el orden tripartito de la sociedad, y tantas otras, son centenarias cuando no milenarias. Tal vez lo definitivo a la hora de hacer distinciones entre el mundo feudal y el Antiguo Régimen sea por una parte el fortalecimiento del poder real frente a la nobleza y la subsiguiente creación de los estados modernos y por otra el papel desempeñado por la burguesía como clase social emergente.
De este modo, lo único verdaderamente claro en lo que respecta a la realidad profunda del Antiguo Régimen aparece cuando se opone a lo que le siguió, porque las nuevas constituciones se encargaron de señalar meticulosamente en largos listados las realidades sociales que se querían abolir. Así y como ejemplo, en el mismo preámbulo de la constitución francesa de 1791 la primera redactada en Europa, se hace referencia uno a uno a los elementos de identidad del Antiguo Régimen:
«La Asamblea Nacional […] deroga irrevocablemente las instituciones que vulneran la libertad y la igualdad de derechos. No hay más nobleza, ni pares, ni distinciones hereditarias, ni órdenes, ni régimen feudal, ni justicias patrimoniales […] No hay más venalidad ni herencia de cargo público alguno. No existe más, para ninguna parte de la nación ni para ningún individuo privilegio alguno ni excepción al derecho común de todos los franceses […] La ley no reconoce ni votos religiosos ni ningún otro compromiso que resulte contrario a los derechos naturales de la constitución».
De esta manera, podemos apreciar como para sus destructores el Antiguo Régimen era ante todo una manera de entender la sociedad, sus usos, mentalidades e instituciones, asentadas sobre una economía tradicional de base eminentemente agraria, y una demografía estancada, sujeta a crisis periódicas de subsistencia, donde lo permanente dominaba siempre sobre el cambiante. Todo ello presidido por el poder del rey, pretendido y presentado como de origen divino y, en consecuencia, absoluto, aunque jamás consiguió serlo del todo.
Pues bien, estudiar y recordar la verdadera articulación de un poder considerado en ocasiones absoluto, será la tarea esencial de este curso. Frente a este “paradigma estatalista” bandera de la gran historiografía tradicional, se alzaron ya hace años voces como las de Bartolomé Clavero, Pablo Fernández Albadalejo o Antonio Hespanha para desvelar, como ya había visto Tocqueville, una realidad mucho mas rica, poliédrica, donde la resistencia jurisdiccional, el peso de la ley, frente a la “potestas” real, las “resistencias” de las ciudades, la Iglesia, las corporaciones, la nobleza, los gremios y tantos otros entes sociales, demostraron a lo largo de la historia de nuestro Antiguo Régimen, que no existía solo un poder, había también poderes contradictorios al del rey y, desde luego también resistencias, a veces muy sonoras, por parte de aquellos que habían caído del lado “pechero” de la historia, comenzando por el rechazo a la mera detracción fiscal. Como sostenía Pierre Goubert, se trataba de “organismos muy vivos que solo serían rentables si se trataban con cuidado”.
- Lugar: UNED A Coruña
- Fecha y hora: Del 25 de noviembre al 16 de diciembre de 2024
- De 16:30 a 20:30h.
- Evento difundido a través de la Plataforma AVIP que recibe el soporte técnico de INTECCA
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